"Thick-toed gecko", modificado de http://www.buckhambirding.co.za/wp/
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Generalmente se tiende a pensar que la ciencia está obligada a la repetición de incontables experimentos, pero éste no es siempre el caso, existen excepciones. Hay acontecimientos que se dan de forma fortuita, en condiciones muy difíciles de repetir. Esto es especialmente notable en el estudio del comportamiento animal. No podemos manipular (por ejemplo) una ballena, y ponerla en una situación de peligro, para observar su comportamiento. Entonces es cuando debes dilatar al máximo las pupilas y estudiar todo lo acontecido, al menos, hasta que la suerte te vuelva a regalar algo parecido. Algo así ha ocurrido recientemente, a bordo de una capsula espacial rusa, la “BIO-M No. 1”.
El 23 de abril de 2013, despegaba desde el Cosmódromo Baikonur, en Kazajistán, un satélite formado por la unión de varios diseños de satélites espías (Zenit y Yantar). En su interior se encontraba la cápsula espacial “BIO-M No. 1”, cargada con animales. Fueron 30 días, durante los cuales diversas especies animales se verían sometidas a la ingravidez, con el fin de estudiar el efecto de ésta sobre el cerebro.
Gran cantidad de cosas salieron mal en el experimento y muchos de los animales no sobrevivieron a su estancia orbital. A los peces no les funcionó el suministro de alimento y todos murieron. 29 de los 45 ratones murieron por fallos en el sistema de mantenimiento. Ninguno de los jerbos sobrevivió pues su compartimento no recibía corriente y quedaron sin luz, ventilación y comida. En cuanto a los gecos (15 hembras de Chondrodactylus turneri), solo tuvieron un pequeño inconveniente, antes del despegue una de ellas se consiguió quitar el collar que la identificaba.
Cosmódromo de Baikonur (Wikipedia)
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Gran cantidad de cosas salieron mal en el experimento y muchos de los animales no sobrevivieron a su estancia orbital. A los peces no les funcionó el suministro de alimento y todos murieron. 29 de los 45 ratones murieron por fallos en el sistema de mantenimiento. Ninguno de los jerbos sobrevivió pues su compartimento no recibía corriente y quedaron sin luz, ventilación y comida. En cuanto a los gecos (15 hembras de Chondrodactylus turneri), solo tuvieron un pequeño inconveniente, antes del despegue una de ellas se consiguió quitar el collar que la identificaba.
Pues bien, al analizar las grabaciones los investigadores se llevaron una enorme sorpresa. El collar, que aquel animal había conseguido quitarse de encima, ahora flotaba ingrávido por el recinto. Varios de los gecos estaban jugando con él.
En general, estos animales podían moverse prácticamente con la misma naturalidad que en tierra, las pareces les permitían adherirse y se desplazaban con total normalidad. Entre esta aparente normalidad destacaba aquel objeto flotante.
El contacto con el collar comenzó con un comportamiento exploratorio típico, hasta que esto cambió. Para cuatro de los gecos la interacción se convirtió en un juego. Perseguían el collar con la mirada, se movían expresamente para empujarlo y verlo volar, e incluso lo manipulaban de las formas más variadas (lo empujaban, aplastaban y dejaban recuperar su forma, lo retenían, se lo ponían, etc.)
¿Puede ser este un comportamiento de exploración y no de juego?
BION-M No. 1. Diseño y estado tras el aterrizaje. |
¿Puede ser este un comportamiento de exploración y no de juego?
El hecho de que en la mayor parte del tiempo el collar fuese ignorado hace pensar que estas acciones dependen del estado de ánimo de los animales, lo cual apunta a que realmente estaban jugando. Tampoco mostraban los comportamientos estereotipados propios de la exploración, hubo un primer momento así, pero después el comportamiento se convirtió en algo variado, propio del juego.
¿Podían estar confundiendo el collar con comida?
No lo confundían con comida por dos motivos. Por un lado no trataban de alimentarse de los gusanos que se encontraban flotando, no identificaban los objetos flotantes como comida. Solo se comieron un gusano flotante en 30 días, y fue porque flotaba y se retorcía muy cerca de una pared, haciéndolo ver como “un gusano normal”. Por otro lado, no interactuaban con el collar como con la comida. Le daban golpes con la cabeza, e incluso abrían la boca para empujarlo con la lengua, pero nunca lo mordían.
Algunas claves.
Los gecos “espaciales”, al contrario del grupo control, que se encontraba en tierra (sometido a condiciones lo más similares posibles a las del grupo experimental), no presentaban signos de estrés. Los gecos control no jugaron durante los 30 días de experimento, de hecho, hasta ahora nunca se había documentado comportamiento de juego en gecos.
Hay que tener en cuenta que los gecos del experimento eran hembras, sin el estrés propio de las la territorialidad, la competencia o la búsqueda de alimento. También vieron reducidas las limitaciones energéticas propias de los animales de su grupo. La temperatura era constante y la ingravidez les permitía un ahorro energético importante. Esto es muy interesante. Durante mucho tiempo se pensó que los orangutanes de Sumatra no eran capaces de usar herramientas, después se descubrió que en cautividad eran capaces de usarlas con maestría (hoy sabemos que las usan en libertad). Se creyó que los gorilas no se reconocían en el espejo, hasta que Koko, una gorila que vive entre humanos, lo hizo (hoy sabemos que les resulta violento hacerlo). Parecido ha ocurrido con delfines, antaño considerados poco menos que estúpidos, hoy sabemos que en determinados lugares su comportamiento llega a ser impresionante. Muchas veces hemos establecido límites erróneamente a otros animales, límites que realmente no estaban dibujados por las propias capacidades cognitivas del animal, sino por su entorno y necesidades.
Por cierto, esta no es la primera vez que se observa a reptiles jugando, aunque los datos son recientes (y aun son pocos), se han descrito casos en cocodrilos, caimanes, tortugas y dragones de Comodo.
Como Jaak Panksepp lleva tiempo defendiendo, el juego parece estar mucho más extendido en la naturaleza de lo que pensábamos (vídeo).
Tay
Tay
Barabanov, V. Gulimova, R. Berdiev, S. Saveliev. Object play in thick-toed geckos during a space experiment (2015) Journal of Ethology, Volume 33, Issue 2, pp 109-115
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